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Quinta da Regaleira, un Edén en el monte de la Luna

Enmarcado en la paradisíaca sierra de Sintra, este palacio es uno de los mejores ejemplos del revivalismo romántico luso. Un desafío para quien decida emprender su viaje iniciático y desentrañar los códigos esotéricos que surgen por doquier.

Texto por Mónica Rebollar

La sierra de Sintra es un vergel que se adentra en el Atlántico a través del cabo de Roca, apéndice nasal del rostro europeo, extremo occidental del continente. De estas fértiles tierras con árboles milenarios emanan propiedades telúricas, un aura espiritual que el hombre ha percibido desde tiempos inmemoriales. Es sabido que en este monte de la Luna se realizaban cultos al astro nocturno en la prehistoria. Durante las noches de luna, su resplandor ilumina las retorcidas carreteras de la sierra, donde aún parecen resonar los coches de caballos de antaño.

Aquí, el escritor Luis de Camões presintió náyades escondidas en el rumor de las fuentes. Numerosas órdenes monásticas situaron sus cenobios a lo largo de los siglos en este panorama concebido para la contemplación: templarios, jerónimos, trinitarios, carmelitas y franciscanos. Los reyes y las familias más notables de Portugal escogieron Sintra como su lugar favorito de veraneo. Tras una cierta decadencia que comenzó a finales del siglo XVI, Sintra renació en todo su esplendor a mediados del XVIII. Se mandaron entonces construir las impresionantes fincas de Seteais y Monserrate. Y en el XIX se levantó el excéntrico Palacio da Pena. Cuando Lord Byron conoció Sintra, embriagado por su esencia, lo llamó “glorioso Edén”.

Quien llega a la Quinta da Regaleira lo hace imbuido de la magia del lugar, después de haber recorrido los caminos arbolados de la sierra, de haber caminado entre la magnificencia de las fincas decimonónicas y, probablemente, con la misma sensación de incredulidad ante tamaña maravilla que sacudió a insignes viajeros, como Richard Strauss, y que deleitó a escritores de la talla de Gil Vicente, Eça de Queirós y Almeida Garrett.

Suspense

Ideada por su propietario, António Augusto Carvalho Monteiro, como una mansión filosofal, la Quinta posee multitud de códigos simbólicos que el visitante debe desentrañar poco a poco, penetrando en la fragante espesura de un jardín repleto de misterios y profundizando en el autoconocimiento. El arquitecto, pintor y escenógrafo italiano Luigi Manini realizó esta obra a la medida de Carvalho entre 1900 y 1912, participando de su contenido espiritual, bebiendo de las fuentes de la masonería templaria, la alquimia y la mitología lusa, para construir toda una visión cosmológica en la que no ha de perderse de vista que Carvalho era católico, monárquico y conservador. Manini utilizó recursos de varios estilos precedentes para fijar en piedra creencias fundamentales de la civilización occidental, ya se escriban en románico, gótico, renacentista o manuelino. De esta forma, la Quinta da Regaleira constituye uno de los mejores ejemplos del llamado revivalismo romántico. La condición de escenógrafo de Manini se hace patente en el aire teatral de gran parte de las construcciones, que somete al caminante a un permanente suspense.

Construida sobre la falda de la sierra, la Quinta se halla integrada en el entorno, a través de un jardín que semeja un bosque, un paraíso en el que reina un caos ordenado. En la parte inferior, existe una galería escultórica de dioses griegos; Hermes, el mensajero de los dioses y la divinidad por excelencia de la alquimia, es el más cercano al palacio. Los miradores, los bancos y setos alineados, así como los árboles tropicales originarios de Brasil, hacen de esta zona la más clásica, la más “domesticada”. Según se asciende, la vegetación se torna aparentemente salvaje y la ornamentación se funde con el paisaje natural.

En la casa egipcia, destaca el mosaico de los ibis, aves sagradas de largos picos que representan al dios egipcio del tiempo, y de los libros Thot, que también simbolizan la lucha contra las fuerzas del mal en el lenguaje cifrado de la Quinta. Este significado está realzado por una fuente próxima que presenta dos delfines con la cola entrelazada y una concha, alusión al bautismo, al nacimiento de Venus y al peregrino; en definitiva, al renacer en una vida nueva espiritual. Aquí se levanta la mesa del trono, con un conjunto de bancos de piedra, donde se podría sentar el capítulo de un hipotético cónclave masónico, junto a varios jarrones con decoración dionisíaca: cabezas de machos cabríos, sátiros y racimos de uvas.

Cerca, se alza una torre cilíndrica, en cuya base se creó una gruta y un estanque, presididos por una dama con una paloma en la mano y un cisne a la altura de la pierna. Este conjunto parece aunar el simbolismo católico de la Virgen, fecundada por el Espíritu Santo (paloma); y la referencia pagana al mito griego de Leda, fecundada por Zeus en forma de cisne.

De la mano de Dante

Conforme ascendemos, la flora se vuelve más intrincada. A las especies exóticas suceden ahora las autóctonas de la sierra, castaños, robles, encinas y alcornoques. Algunos ladrillos devorados por la espesura constituyen la única pista para distinguir la factura artificial de una chimenea incineradora que se eleva como un gran tronco. En este retorno a lo natural, se nos aparece una especie de menhir, un conjunto de grandes piedras envueltas en musgo que señalan el principio del más apasionante viaje interior. Al empujar una de las rocas verticales, ésta gira sobre sí misma, como una suerte de “ábrete sésamo”. Nos hallamos ante el pozo iniciático, una torre sumergida treinta metros en las entrañas de la tierra, nueve tramos de escalinata que se desarrollan en forma de galería cilíndrica con una preciosa columnata, y que conducen al visitante a través de la oscuridad y la humedad hasta el fondo del abismo.

El pozo es una de las mayores joyas de Regaleira. Permite realizar un simbólico descenso a los infiernos, para renacer después a una vida espiritual, algo ya presente en la antigua cultura egipcia y en Grecia, y que los alquimistas exponen en la máxima “visita el interior de la tierra, rectificando encontrarás la Piedra oculta, verdadera medicina”. En el fondo del pozo existe una cruz de ocho puntas que alía el emblema heráldico de los Carvalho Monteiro con la cruz templaria.

En este recorrido se hace referencia a Dante, pues los nueve tramos podrían relacionarse con los nueve círculos en que se divide el Infierno de la 'Divina Comedia'. Asimismo, el pozo conduce a varias galerías subterráneas laberínticas, ¿Purgatorio?, que desembocan en la terraza Celeste, o celestial (Paraíso), una sorprendente construcción arquitectónica en la que dos grandes lagartos sostienen una concha que contiene otra concha dentro y protegen la desembocadura del pozo, coronada por un mirador. Frente a ella se alza una torre como un zigurat mesopotámico, referencia a la vida celeste, lugar elevado desde el que se entra en contacto con la divinidad.

Pero hay otra salida desde las galerías enterradas a un lago majestuoso, que, como el Leteo clásico y dantesco, permite a los que han muerto en el mundo profano olvidar lo que dejan atrás. Más allá del lago, un jardín paradisíaco con bancos esculpidos en los que también existen enigmáticas referencias a Dante y a su espiritual Beatriz ofrece luz y sosiego al viajero. Así, el iniciado realiza su viaje a las tinieblas para profundizar en el conocimiento, rechazar su vida anterior y renacer en sabiduría y espíritu.

El Temple

Muy cerca del Palacio se yergue la muy bella capilla de la Santísima Trinidad. En derredor, lucen flores de distintas especies, pero todas ellas de tonos violetas y morados, colores de renovación. La fachada es apuntada, de filigrana pétrea, un homenaje revivalista al gótico y al manuelino. Un relieve de la Anunciación corona el pórtico, flanqueado por las esculturas de San Antonio y Santa Teresa. A la entrada, en el techo sobresale uno de los emblemas masónicos más representativos, el delta luminoso o triángulo flameante con el ojo de Dios, sobre una cruz templaria. El interior es reducido, policromo y acogedor. Llama la atención el impresionante pavimento, un mosaico veneciano que representa varias estrellas y cruces, entre las que resplandece la templaria central, dispuesta sobre una esfera armilar.

En el altar hay una pintura de la Coronación de la Virgen por Cristo resucitado, obra con abundantes alusiones, como los colores de la Virgen, que son los de la Obra alquímica, azul, blanco y rojo; la faja dorada de la cintura podría hacer referencia al oro alquímico. Y unas escaleras conducen a la zona más misteriosa de la capilla, la cripta austera en la que sólo se halla un desnudo altar de piedra; el pavimento es de losetas blancas y negras, como el de las ermitas templarias. El silencio, la penumbra y el recogimiento de la cripta facilitarían la espiritualidad más ferviente. En la parte trasera de la capilla, un relieve representa el atanor u horno alquímico, y la consiguiente tri-unidad del mundo, mediante un palacio con dos torres (mundo superior o espiritual), una zona de llamas (el mundo intermedio del fuego secreto o del alma) y una garganta infernal (mundo inferior o material).

Epopeya marítima

La fachada del palacio de Regaleira integra de nuevo el recuerdo del gótico, en su ascenso hacia el cielo, en las agujas, pináculos y gárgolas fantásticas; la ornamentación renacentista de medallones y vegetación estilizada; y el manuelino portugués, caracterizado por las cuerdas, nudos, boyas, esferas armilares y demás elementos que aluden a la epopeya marítima lusa. Entre los relieves simbólicos, se distingue un pelícano que se infiere una herida para alimentar a sus crías con su propia sangre, símbolo de Cristo muy utilizado por la masonería.

La que fue vivienda de Carvalho Monteiro -también conocido como Monteiro “de los Millones” debido a su fortuna, procedente del monopolio del comercio del café y las piedras preciosas en Brasil-— está concebida a escala humana. Las estancias, pequeñas y confortables, tienen elegantes mosaicos venecianos y se enriquecen con la calidez de las maderas nobles. Sobresalen la sala de la Caza, con alusiones al apellido Monteiro, y la del Renacimiento. Para penetrar en la sala del Billar o de los Reyes, hay que golpear las aldabas con cabeza de león, símbolo solar y de la realeza. Desde lo alto, nos saludan los monarcas portugueses más representativos de la identidad nacional, excluidos por tanto los españoles. En el piso superior, las habitaciones privadas son más reducidas y la decoración, más sobria. En el techo de la sala de las Tres Virtudes, están retratadas las tres hijas de Carvalho Monteiro, que representan las tres virtudes masónicas, la Fuerza, la Sabiduría y la Belleza. A través de los balcones, escalinatas que conducen a miradores y ventanas, el microcosmos interior de la casa se integra plenamente en el macrocosmos del jardín exterior, propiciándose el encuentro entre el hombre y la naturaleza.

El palacio acoge también una exposición sobre costumbres, documentos, objetos y emblemas masones que fueron recopilados por José Eduardo Pisani Burnay. Y la Fundación Cultursintra promueve todo tipo de actividades culturales: recitales, conciertos, muestras y espectáculos. Durante el pasado verano, la compañía TapaFuros convirtió los jardines frondosos de Regaleira en el bosque shakesperiano del “Sueño de una noche de verano”. Los visitantes pudieron descubrir hadas entre los árboles, y creyeron ver o soñaron duendes descolgándose por las altas torres, entre las nubes bajas de una noche de verano en Sintra.

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