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Reportajes de Arte
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Monasterio de Moreruela

Texto por María José Landete

Las ruinas de este monasterio permiten adivinar su grandeza artística por la que ha sido considerado una de las obras más majestuosas de la arquitectura medieval.

Situado a tres kilómetros de la Ruta de la Plata, entre Benavente y Zamora, el Monasterio de Santa María de Moreruela fue considerado la primera fundación de la orden cisterciense en la península, aunque actualmente existen dudas sobre tal afirmación. Edificado en un lugar próximo al enclave de un viejo cenobio mozárabe, hoy nos muestra un decadente esqueleto de piedra que ha sobrevivido heroicamente al naufragio de la historia y a la torpeza del hombre.

La Orden del Císter fue favorecida tanto por la Santa Sede como por reyes y demás gobernantes al reparar en que los monjes podían rendir enormes servicios como repobladores de las tierras ganadas a los moros y fijadores de fronteras en el valle del Duero y en la margen izquierda del Ebro. Fueron maestros en la organización de las explotaciones donde los conversos jugaron un papel esencial como auxiliares, una mano de obra gratuita que, unida a las exenciones de pago de impuestos, fue la base que permitió la expansión de la Orden. La decadencia del Císter comenzó con el naciente atractivo del hombre por las ciudades, la crisis demográfica del siglo XIV y el triunfo de las ordenes religiosas que ejercían el apostolado en las ciudades. En el siglo XIX, las leyes desamortizadoras trajeron consigo el abandono de los edificios y la dispersión de sus riquezas.

De lo que fue a lo que es

Un polvoriento camino nos lleva hasta Moreruela y lo primero que surge entre las ramas de los chopos son los volúmenes que conforman su ábside, una estructura que comprenderemos una vez que nos adentremos en la iglesia. A la entrada nos recibe una pequeña fuente, reliquia de mediados del siglo XVIII. Comenzaremos nuestra visita por los espacios arquitectónicamente reconocibles, para después adivinar aquéllos que fueron arrancados por el hombre y cuyo destino fue perderse.

Al penetrar en su iglesia, observamos la inmensidad de la nave con casi 63 metros de largo para acoger a una simple comunidad de monjes; recordemos que las catedrales de Burgos o León miden 78 metros. Las obras se iniciaron en 1163, prolongándose hasta los primeros años del siglo XIII. No hay acuerdo entre los especialistas sobre la fecha de edificación de sus diferentes partes, pero la homogeneidad del estilo y la repetición de las marcas de los canteros delatan el breve tiempo en que se ejecutó. Del cuerpo de la iglesia se conservan restos de sus muros y los arranques de los pilares, mientras que las bóvedas, a excepción de la de la capilla mayor, han desaparecido. Gracias a las descripciones de viajeros y de algunos dibujos, se han elaborado diversas hipótesis sobre las peculiaridades de las mismas.

Sin duda lo más espectacular es la cabecera, comenzada en torno a 1170, que conserva todo su esplendor a pesar de su desnudez. Un esbelto arco de triunfo de medio punto al que sigue una bóveda de cañón sustentada por ocho robustas columnas delimitan la capilla mayor; un segundo cuerpo con cinco grandes ventanales enmarcados por baquetones se eleva a continuación. Tras la capilla se encuentra la girola en la que se abren siete absidiolos o pequeñas capillas y los muros perforados por ventanas abocinadas que iluminan el espacio, aportando una luz más propia de las construcciones góticas y que aumenta la inusual grandiosidad del románico en este conjunto. La decoración de los capiteles es esquemática, de la más absoluta simplicidad en sus formas, escapando a cualquier encasillamiento estilístico, no son románicas, ni góticas, sino simplemente hermosas. Aún puede advertirse en algún panel restos de policromía de diversa época.

En el exterior, el viajero puede observar el ábside que ya admiró según se aproximaba al monasterio. Compuesto por tres cuerpos escalonados, el inferior corresponde a los siete absidiolos, el intermedio a sus respectivos tramos rectos y el superior a la zona alta de la capilla mayor.

Grandeza romana

Esta maravillosa cabecera, que bien merece el viaje, ha sido elogiada por cuantos especialistas la han contemplado. Chueca Goitía escribió sobre ella: ”El modelado firme de toda la estructura interna, las ocho colosales columnas que separan la capilla mayor del deambulatorio, cuya grandeza es verdaderamente romana; la idoneidad altamente expresiva de los tres cuerpos escalonados que declaran al exterior esta cabecera sin par, hacen de ella la obra más majestuosa de toda nuestra arquitectura medieval”.

Se conserva la altura primitiva en el testero del brazo sur del crucero, en cuyo lienzo se abre un rosetón polilobulado y abocinado del que se ha perdido la tracería y podemos admirar una portada cegada, muy sencilla, con tres arquivoltas y tímpano liso, destacando en la decoración seis preciosos capiteles de hojas de palma y acanto; sus columnas han desaparecido.

De la fachada norte sólo quedan los muros hasta media altura; en ella se encuentra la puerta llamada “de los monjes”, compuesta por cuatro arquivoltas y tres parejas de columnas de las que sólo existen dos; desde ahí se accedía al primitivo claustro del siglo XIII, sustituido en el XVI, del que apenas quedan restos. Al lado, los vestigios de la sacristía cubierta con bóveda de cañón, una capilla con enterramientos a ambos lados y la sala capitular, de planta cuadrada y bóvedas de ojiva, algunas derrumbadas al igual que el muro de la portada. Por un pasillo abovedado se accede a una amplia sala que posiblemente fuese el refectorio, donde se observan unas imponentes arcadas sostenidas por recias columnas.

El expolio

A finales del siglo XIX, aún estaba en pie prácticamente toda la iglesia. Lamentablemente, para construir la parroquia del cercano pueblo de Granja de Moreruela, se usurparon los materiales del hastial occidental del monasterio y, en aras de no se sabe qué nuevo estilo, surgió un templo prodigio de vulgaridad en la citada localidad. El ejemplo de las autoridades religiosas fue imitado por el pueblo: al expolio del hastial le siguió la mitad izquierda del cuerpo de la iglesia y el resto de las edificaciones. El monasterio se convirtió en cantera gratuita de la ignorancia y la torpeza. En 1931 fue declarado Monumento Nacional pero poco se pudo hacer y la degradación continuó.

En 1928, apareció por esas tierras Arthur Byne, posiblemente el mayor saqueador del patrimonio español, para llevarse el vestíbulo, las bóvedas de la capilla y, de paso, las últimas piedras del cercano castillo de Benavente. Actuaba por encargo de algunos arquitectos norteamericanos y, sobre todo, del depredador patrimonial Randolph Hearts.

Existía una enorme demanda de “elementos arquitectónicos españoles” para decorar las lujosas mansiones de California y Florida. Se acababa de embarcar el claustro, la sala capitular y el refectorio del monasterio segoviano de Sacramenia y, dos años después, se haría otro tanto con el alcarreño de Santa María de Ovila. Es posible que la casi inexistente ornamentación de lo que quedaba de Moreruela, conforme al más austero espíritu cisterciense predicado por San Bernardo, hiciese desistir a Byne de intentar negociar con las piedras del monasterio.

Lo que sí ha conservado el Monasterio de Moreruela es su dignidad, bajo la que yace su esplendor pasado y los suficientes rasgos para conseguir interesar al viajero curioso. Las actuales labores de restauración, o de consolidación de sus restos, paliarán la brutal devastación de la que fue víctima este magnífico monasterio cisterciense.

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