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Soria: la última aventura

Los últimos días de Almanzor discurrieron por tierras sorianas donde, a pesar de los mil años transcurridos, permanecen las huellas de aquel tiempo y un constante mestizaje de culturas en el patrimonio artístico posterior a la Reconquista.

Texto por María José Landete

En la primavera de 1002, Almanzor convocaba a una gran ceremonia en la Mezquita Mayor de Córdoba: un impresionante desfile de tropas a cuyo frente él mismo se situaba. Era el más formidable ejército de toda la Europa occidental, compuesto por mercenarios bereberes, cristianos y eslavos; los andaluces se habían liberado de las 'aceifas' mediante pagos y permanecían cultivando sus tierras. Suponía un elevado costo para el tesoro califal al igual que la extraordinaria red de espías, formada por cristianos que eran comprados con generosas dádivas y que aportaban a los árabes un preciso conocimiento del terreno enemigo. También fue costosa su política en el norte de África, que le facilitó el apoyo de los bereberes, de inquebrantable lealtad, a pesar de que siempre fueron considerados ciudadanos de inferior condición. Se dirigían a Medinaceli desde donde acometerían una nueva 'aceifa' contra los humillados reinos del norte. Almanzor, que tenía 64 años y estaba enfermo, no quería morir sin vengar algunas traiciones y se había marcado un objetivo: Castilla y Navarra.

El gran negocio

Las más de cincuenta 'aceifa's fueron constantes y sangrientas, algunas de ellas tuvieron un enorme golpe de efecto como la que en el 997 llegó a Santiago de Compostela, símbolo cristiano que ya acogía una importante corriente de peregrinos, donde robó las puertas y las campanas que miles de cautivos trasladaron hasta Córdoba. Almanzor saqueó ciudades, entre ellas Barcelona, Coimbra, León, Zamora, Osma, Carrión, Astorga, Pamplona. Asaltó casi todos los monasterios de la Península, que eran un codiciado botín, los bancos de aquel tiempo, donde los poderosos escondían sus riquezas. Las 'aceifas' eran un gran negocio y frecuentes también en otras zonas, particularmente en el centro de Europa, debido a que se conseguían riquezas, esclavos con los que comerciar y cautivos importantes por los que pedir rescates. En lo que se refiere a nuestro país, algunas voces expertas han calificado aquel tiempo como una constante guerra civil que duró 700 años.

Almanzor fue un hombre sin escrúpulos, pero no mucho más de lo que lo fueron sus contemporáneos. Las disputas entre los reinos cristianos abonaron su camino. Recordemos que Sancho Garcés II de Navarra le entregó una de sus hijas para agradecer el apoyo que le prestó en sus disputas internas; fue la madre de Sanchuelo, su segundo heredero. También el rey leonés Bermudo II (ver 'Antiquaria' núm. 176), en agradecimiento al auxilio recibido en la lucha por el trono, hizo lo mismo con su hija Teresa que, humillada, increpó a quienes la entregaban: “Un reino debe confiar su honor a las lanzas y no al encanto de sus mujeres”. Mientras tanto, Almanzor había mandado asesinar a enemigos y parientes, y había cosechado muchos odios, como el de su antigua amante Subh, la madre del califa, que intentó vengarse de sus traiciones, sin conseguirlo.

Su último viaje

En tierras de lo que ahora es La Rioja, se agravó su enfermedad, causa por la que se cree no destruyó el Monasterio de San Millán de la Cogolla, que únicamente incendió; aún son visibles las huellas de aquel voraz fuego en los viejos capiteles mozárabes labrados algunas décadas antes. No podía montar a caballo y era portado en una litera; tomó un camino difícil en la Sierra de la Demanda a través del puerto de Santa Inés, con el fin de evitar a los ejércitos castellanos, llegó a Calatañazor y desde ahí continuó éste su último viaje hasta Medinaceli.

Vamos a seguir esta ruta, unos 80 kilómetros en los que concurren tres pueblos declarados Conjunto Histórico Artístico, media docena de Monumentos Nacionales y, actualmente, apenas dos mil habitantes. Encontraremos vestigios de aquel momento en el patrimonio atesorado tras la Reconquista y el recuerdo al tiempo en que fueron tierras árabes, fronterizas y escenario de luchas constantes.

Comenzaremos por Calatañazor, localidad calificada como Conjunto Histórico Artístico. Se alza en un bello e inquietante enclave; deshabitada en el duro invierno mantiene la estructura y, puede decirse, la atmósfera de hace siglos: casas de piedra, calles enlosadas, un color que muda con el sol o la lluvia y que se mimetiza con el medio. En lo más alto resisten los lienzos y la torre del castillo; próxima se halla la iglesia de Santa María, con una bella y simple portada románica, sobre la que se ordenan tres huecos con arco de medio punto, polilobulado el del centro, lo que aporta una cierta singularidad oriental. En su entorno hay varias ermitas románicas, algunas semiderruidas, y otras que bien merecen la curiosidad del viajero. Siguiendo por la ruta natural de rebaños y ejércitos, se alcanza Andaluz, nombre de una pequeña localidad estratégicamente situada en un paso natural del Duero. Posiblemente su denominación se deba a que fue repoblada con mozárabes andaluces. En la parte más elevada, se encuentra la parroquia de San Miguel Arcángel, el primer monumento románico fechado de Soria, aunque poco se conserva de esa etapa. Su portada abocinada está armoniosamente decorada y en ella destacan unos capiteles que reproducen cuadrúpedos afrontados. Su interés se encuentra en la acogedora galería porticada, medio siglo posterior a la iglesia, compuesta por arcadas de medio punto que apoyan en fustes sencillos y cuádruples. Los capiteles son una preciosa labor de talla, con fuerte influencia oriental, y se hallan bien conservados.

Mestizaje cultural

Estamos en las tierras del marquesado de Berlanga y la localidad que da su nombre es de origen romano y se sitúa al lado del río Bordecorex, afluente del Duero, que marca el camino. Berlanga tiene categoría de Conjunto Histórico-Artístico y fue reconquistada por Fernando I en el año 1060; posteriormente volvió a caer bajo el poder musulmán y en el 1089 pasó de nuevo a ser territorio cristiano, cuando Alfonso VI hizo donación de la villa al Cid, nombrándole primer señor y alcalde de la plaza. Una extensa muralla almenada rodea las ruinas del castillo, elevado en un cerro, que albergan en su interior construcciones de tres momentos históricos: las primitivas fábricas árabe y cristiana, del siglo X y del XII respectivamente, y la parte más conservada, renacentista, que fue realizada por Benedetto di Ravenna en 1527. Pueden contemplarse restos de salas, aljibes, mazmorras y la Torre del Homenaje. Bajo el castillo se encuentra el palacio del Condestable, llamado también de los marqueses de Berlanga, o más bien la magnífica fachada plateresca flanqueada por dos torres en sus extremos, pues es lo único que se conserva, ya que prácticamente desapareció a principios del XIX, cuando fue incendiado durante la invasión francesa. En su interior había magníficos patios, terrazas escalonadas y bellos jardines; debió de ser una excelente obra arquitectónica y poseer un rico patrimonio. Alojó en sus estancias a ilustres huéspedes, como Isabel de Valois, tercera esposa de Felipe II, o Felipe V, quien lo hizo en varias ocasiones.

Las calles de Berlanga poseen un especial encanto con numerosas casas señoriales, entre las que destaca una situada en la calle Real, con una preciosa portada. La Colegiata, Monumento Nacional, es un símbolo de la importancia que tuvo esta localidad y su interior sorprende al viajero, tal y como le sucedió al arquitecto Sabatini cuando la visitó a finales del XVIII. Su construcción se comenzó en 1526 y en tres años estaba finalizada. Al parecer, los servicios religiosos se hallaban dispersos por varias pequeñas iglesias con pocas rentas, cuyos responsables no cumplían demasiado con los preceptos, por lo que la Colegiata vino a dar acogida a los fieles de la localidad, reuniendo las rentas y el patrimonio del conjunto. Su estilo aúna la tradición gótica con las tendencias renacentistas. Las naves son elevadas, las columnas tienen un grosor excepcional y se prolongan en las nervaturas de las bóvedas, lo que le aporta, a pesar de la solidez, una gran agilidad. El fondo artístico no es menos importante, destacando el retablo barroco de la capilla mayor con un notable cuadro que reproduce una “Asunción”, obra de Antonio Palomino, y una talla, la “Virgen del Mercado”, en madera policromada de finales del XII. En la capilla de los Coria, se puede admirar un magnífico retablo flamenco y el precioso sepulcro en alabastro, de traza flamenca, de los Bravo de Laguna, dos hermanos gemelos, uno de ellos padre del comunero Juan Bravo. Fray Tomás de Berlanga, descubridor de las Islas Galápagos y natural de Berlanga, se encuentra sepultado en la capilla a la que da su nombre y en los muros de la colegiada cuelga algún recuerdo suyo, como un caimán disecado que él mismo trajo de América. Destacan piezas como la rejería del siglo XVII, la talla del púlpito adosado al coro y, sobre todo, el retablo de Santa Ana, de finales del XV, magnífico ejemplo de la escuela hispanoflamenca. Cuenta Berlanga con un rollo gótico que muestra una importante labor de talla, admirable a pesar de su pasado luctuoso.

Estética oriental

Continuando por el valle y próxima a Berlanga se encuentra la ermita de San Baudelio (ver 'Antiquaria', núm. 188) edificada por mozárabes a fines del siglo X, que nos muestra las hechuras de una pequeña mezquita y sus pinturas, una proximidad oriental. Una vez más, aparecen las huellas de aquel pasado mestizaje.

El itinerario conduce a Caltojar, poseedor de una de las más notables iglesias románicas de toda la zona, declarada Monumento Nacional. Se trata de una obra tardía del siglo XIII, que conjuga elementos de transición con otros de influencia lombarda y cisterciense. Destaca su ábside y, sobre todo, la portada meridional adornada con cinco arquivoltas apoyadas en columnas cuyos capiteles reproducen elementos vegetales. Lo más interesante es el tímpano dividido en dos arcos de medio punto que arrancan de una ménsula sin apoyo, lo que le presta una especial gracia. Un bajorrelieve de tosca talla que representa a un guerrero cierra la decoración. En su interior se encuentra un magnífico púlpito mudéjar con esgrafiados.

Dos atalayas marcan el valle del río Bordecorex; enseguida nos espera el pueblo de mismo nombre, donde algunas crónicas sitúan la muerte de Almanzor. Las calles no deben de diferir mucho de las que contemplaron los ejércitos musulmanes y una pequeña iglesia románica de sencilla traza y un magnífico ábside con similitudes lombardas es su riqueza. Las dificultades del camino para continuar por las márgenes del Bordecorex, nos hacen retornar a Caltojar, desde donde alcanzaremos Rello, localidad enclavada en un alto y circundada por la más larga muralla de la provincia, una fortaleza que evidencia su situación estratégica durante el período musulmán. En su interior quedan los restos del castillo y hay que lamentar la construcción de algunas edificaciones que le restan encanto. Ha sido declarado Conjunto Histórico hace escasos meses.

Recuerdo de sus triunfos

Nos unimos de nuevo al río Bordecorex que nace cerca de Yelo y desde allí, siguiendo la antigua calzada romana, retomamos el camino de las tropas de Almanzor para abordar Medinaceli, la capital de esa zona que pertenecía a la España mora. En su castillo, en la noche del 10 al 11 de agosto del 1002 (392 de la Hégira), expiró Ibn Abi Amir, “el Victorioso”, en presencia de sus familiares y allegados. Le enterraron en el patio con el polvo que desprendían los ropajes utilizados en sus múltiples contiendas y que había conservado con orgullo. Curiosamente en ese mismo patio se halla el actual cementerio y lo que podemos contemplar del citado castillo son unos lienzos semidestruidos de lo que fue la alcazaba árabe, más tarde utilizada por los condes de Medinaceli. Es posible que, por última vez, Almanzor contemplase el sólido arco romano de triple vano que situado en el borde de un cerro se abre al amplio horizonte; erigido entre los siglos II y III para marcar la división administrativa romana, es el único que se conserva en España de estas características. Sus murallas fueron también edificadas en tiempos del Imperio y reconstruidas en el 946, por Galib, suegro de Almanzor, modificándose en épocas posteriores como sucedió con el llamado Arco Árabe, que correspondía a una de las puertas del campamento romano.

Medinaceli conserva parte del entramado urbanístico árabe, sus calles, pasadizos, distribución de aguas y otros restos escondidos a la vista del viajero. La plaza mayor es muy amplia; en uno de sus lados se encuentra el palacio ducal del siglo XVII, Monumento Nacional, actualmente en proceso de restauración. Interesante es la antigua alhóndiga, en la misma plaza, un armonioso edificio compuesto por dos galerías, la inferior con arcos de medio punto y campaneles los de la superior. También posee este pueblo una Colegiata, del siglo XVI, con el mismo origen que la de Berlanga, ya que acogió a once parroquias, en las que sus responsables no tomaban muy en serio las ordenanzas religiosas; varias columnas dispersas por plazoletas y calles recuerdan dónde se situaban aquellas iglesias. También se edificó en los primeros años del siglo XVI el Convento de Santa Isabel, que tiene una sencilla portada de arco escarzano adornada con un cordón.

Diez años después de la muerte de Almanzor, se desencadenó una guerra civil entre los musulmanes. Los obstáculos para la Reconquista se iban allanando, Almanzor había eliminado el primero, pues, sin pretenderlo, contribuyó a la caída del califato omeya, prestando con ello un inestimable servicio a los reinos cristianos. El holandés R. Dozy, autor de la más citada de las biografías de Almanzor, comentaba que podría haber sido uno de los grandes príncipes del mundo si hubiese nacido sobre un trono, pero, siendo un hombre corriente, se vio obligado a abrirse camino a través de obstáculos que salvó sin preocuparse de la legitimidad de los medios. Concluía Dozy que, sin duda, fue un gran hombre para su tiempo, pero imposible de admirar bajo principios éticos. Su esposa Teresa, aquella cristiana hija de Bermudo el Gotoso que al enterarse de su muerte abandonó Córdoba y se encerró en un convento de Oviedo, siempre tuvo palabras de gratitud y afecto al recordarle.

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